agosto 26, 2008

Sanfic 2008

Cuando me enteré de que iba a haber un festival de cine en Santiago, fui la mujer más feliz del mundo. Claro, no me había podido acreditar nunca para ir al de Valdivia o al de Viña, así que esta era mi oportunidad.

Tres años después, mi idilio con Sanfic continúa. Le soy completamente fiel: aunque este año no me hayan querido dar acreditación (porque las radios no tienen prioridad para esos efectos), y por tanto haya tenido que pagar mi entrada como cualquier mortal; aunque no haya alcanzado a ver ni la mitad de lo que quería ver, y aunque cada año me pegue más de un guatazo con alguna peli.

Aunque tengo que reconocer que este año la oferta estuvo notable. Cuando tuve la programación en mis manos, había al menos una película por día que yo quería (y podía, por horario) ver; cosa que no pasaba en años anteriores. Además, hay más sedes (aunque las mejores cintas las siguen dando en La Reina).

Pero bueno, finalmente fui, y alcancé a ver tres películas (una cifra vergonzosa, considerando mis marcas de años anteriores), que paso a reseñar:

- Die welle (La Ola, Alemania): Más de alguno se ha preguntado alguna vez si sería posible que en Alemania se repitiera una dictadura como la de Hitler. Bueno, esta película ofrece una posible respuesta. Va sobre un profesor de liceo al que le encargan un proyecto de una semana de duración, centrado en un tipo de gobierno. Contra su voluntad le toca la autocracia (a.k.a. dictadura), y cuando comienza a explicarles la temática a los alumnos, los pendex le dicen (léase con voz de pingüino shilensis): "Chiaaa profe, terrible de pasao. Otra e' con er mismo cueeento poh, si ya tamo shato, ya no sabimos de mimoria la custión". "Ah ya" les dice el profe, "o sea que ustedes no creen que algo así pueda volver a pasar en Alemania... OK, les propongo algo: juguemos a que este curso es una autocracia, y a que yo soy la máxima autoridad, así que me tienen que hacer caso en todo". Los chicos aceptan la simulación, y al rato ya están poniéndose de pie cada vez que quieren hablar, cambiando la ropa de calle por uniforme, haciéndose una insignia, poniéndole un nombre al grupo e inventando un saludo del tipo "Heil, Hitler". En resumen, engrupidos totales, prendieron con hielo y rallaron la papa... tanto que al final las cosas escapan del control del profe. Es no-ta-ble, sobre todo porque uno se da cuenta de que cualquier ideología, por más tirada de las mechas que sea, si está planteada de una manera impecablemente lógica y tiene una figura de liderazgo fuerte, se expande súper rápido.

- La mujer sin cabeza (Argentina): Efectivamente, ni la mujer ni la película tienen cabeza. Trata de una dentista que va en su auto de vuelta a la casa y atropella a alguien (no ve a quién, porque la muy pava iba buscando el celular dentro de la cartera). El susto es tan grande que la tipa ni siquiera se baja a ver con qué o con quién chocó, y desde entonces se empieza a comportar extraña;, queda medio ida, si me explico. El asunto es que después de un tiempo, ya no aguanta y le cuenta al marido que cree haber atropellado a alguien, y el marido le dice que se quede tranquila, que probablemente no fue nada y que va a averiguar si se supo sobre algún accidente o alguien que haya muerto el día del incidente. Al final se sabe la verdad, pero todo el mundo opta por barrerla debajo de la alfombra. La lata es que la película se queda más en el estado de shock en el que quedó la tipa, que en las implicancias humanas o sociales que pudo haber tenido el condoro que se mandó. Yo esperaba más, pero si les gustan las películas de reacciones más que de acciones, y con harto silencio, entonces jueguen.

- Cashback (Gran Bretaña): Por argumento, podría ser una comedia romántica más. Pero por personajes, textos y recursos visuales, claramente se sale del montón. El protagonista es un estudiante de arte (Sean Biggerstaff, "Oliver Wood" en Harry Potter... lindo él) al que lo patea su polola y desde entonces, no logra conciliar el sueño. Así que luego de varios días sin dormir, decide aprovechar esas ocho horas extra de vida y entra a trabajar en el turno nocturno de un supermercado (cosa que yo no encuentro provechosa, pero allá él...). Allí se encuentra con un jefe peor que el de todas las "Offices" y "Ofis" juntas, con un trío de compañeros más que disfuncionales, y con una compañera a la que al principio no pesca, pero que después empieza a mirar con otros ojillos. El asunto es que este chiquillo anda con el sueño tan atrasado, que según él, adquiere la capacidad de "congelar" el tiempo (yo he estado con falta de sueño, pero de ahí a adquirir superpoderes...). Y como le gusta pintar, entonces durante el turno se dedica - entre otras cosas - a retratar desnudas a las clientas... sipes, desnudas, porque como las "congela", entonces las desviste, las pinta, las vuelve a vestir y ellas no se dan ni cuenta... A cuántos no les gustaría... No les voy a contar más, sólo les diré que es muy graciosa y romanticona, pero sin caer en la idiotez.

En el tintero me quedaron "Leonera", "Lars and the real girl", "Suddenly last winter", "Crimen y lujuria" (que por suerte va a llegar a cartelera), "Café de los maestros", "La question humaine", "El corazón es un bosque oscuro" y "Nevando voy"... o sea... TODO!!! Buaaa, debí haberme pedido la semana libre y haber acampado en el cine. Pero bueno, si alguien vio alguna y la recomienda o la descarta, bienvenido sea; así ya sé qué buscar en DVD.

agosto 18, 2008

La Ciudad de la Lluvia

Quería conocer Valdivia desde hace un buen par de años; desde que vi la clásica postal desde el puente sobre el Calle Calle, fotos de los fuertes, de Mancera y de Corral, etc.; y escuché más de algún comentario sobre lo lindo que era.

Y por suerte, hace algún tiempo retomé el contacto con una compañera de colegio que, patiperra ella, se fue a vivir allá. En marzo vino a Santiago, nos juntamos y nos invitó a su casa - a mí y a otras compañeras - aunque yo creo que no pensó que nosotras prenderíamos tan rápido.

El asunto es que el viernes a las ocho de la mañana, luego de viajar toda la noche, estábamos contemplando nuestras primeras panorámicas de Valdivia desde la ventana del bus. Tomamos desayuno con nuestra amiga, copuchamos un buen rato, y nos alistamos para salir a conocer la ciudad. Sabíamos que nos iba a llover: un día, en el mejor de los casos; o todo el fin de semana en el peor de los pronósticos. Pero cuando salimos, no caía ni una gota... No habíamos caminado ni media cuadra, cuando empezó a llover: fueron unos cinco minutos de agua, aunque lo suficientemente intensos como para dejarnos más que salpicadas... Chicas, bienvenidas a Valdivia.

Yo no sé a ustedes, pero a mí viajar me sumerge en un estado mental bien particular y en una dimensión paralela: vives a un ritmo distinto, el paisaje es distinto, haces cosas que habitualmente no haces... Sí, sobre todo haces cosas que habitualmente no haces, como sucumbir a una degustación con las siete variedades de cerveza que ofrecen en la Kunstmann; comerte la mitad de un sándwich del porte de un plato bajo, en la noche tomarte media piña colada (siendo una persona prácticamente abstemia) y terminar cantando en karaoke "A rodar la vida" de Fito Páez. O a la noche siguiente, volver a bailar el "Ilarié" (oh-oh-oh) después de siglos, luego de haberme tomado una vaina bastante fuertona para mis parámetros.

El sábado, "desayunamos" a las dos de la tarde, y partimos al fuerte Niebla. Ya el camino hacia el lugar compensa las lucas del pasaje y la noche entera arriba del bus. Montes llenos, LLENOS de árboles, el camino lleno de árboles, TODO lleno de árboles. Verde por donde miraras, con un frío de la p*ta madre y lluvioso... Extrañamente - digo, para alguien friolenta y que solía odiar la lluvia - me sentía cien por ciento a gusto. Relajada, inspirada, casi en las nubes.

Sobre el fuerte Niebla... primero los descargos: Cómo pueden los visitantes grabar sus nombres en piedras que existían antes de que ellos, sus padres, o sus abuelos, tuvieran siquiera colita? En fin... Niebla también es completamente verde: pasto, árboles, lomas, kilos de florcitas amarillas, una vista despampanante... y un arcoiris maravilloso. Hace mucho tiempo que no veía un arcoiris, así que aproveché de admirarlo desde todos los ángulos posibles.

Y yo que alucino con la antigüedad, la Edad Media y siglos posteriores, me sentía a mis anchas caminando entre los restos de un fuerte español, con sus piedras todas mohosas y los cañones todavía apuntando a invasores inexistentes (aunque con esto de los turistas destrozones, tal vez los cañones deberían hacia adentro del fuerte, ya no hacia el mar).

Después, como a eso de las seis de la tarde, vino el "almuerzo" en la picada de Don Carlitos, atendida por su propio dueño, vestido con una chaqueta amarilla de garzón, y con humita. Ahí logré la odisea de comerme una paila marina de esas que te mandan a dormir siesta.

Ya al día siguiente tocaba despedirse… obviamente con ganas de quedarse por más tiempo (si la dueña de casa nos aguantaba otro poco, eso sí), porque quedó tanto por conocer. Pero bueno, una visita a la Feria Fluvial y al mercado, para comprar los correspondientes regalitos; más la infaltable foto sobre el puente del Calle Calle cerraron mi paso por Valdivia.

Luego, el aeropuerto. Sola, porque mis amigas optaron nuevamente por un viaje en la noche - y sin escalas - a Santiago y sus respectivos trabajos. Yo en realidad prefería llegar a mi casa, volver a la realidad de a poquito y hacer el cambio de switch lentamente. Así que ahí figuraba yo, por primera vez viajando completamente sola en avión, cosa que me encanta, porque desde el aire las cosas son tan distintas… Santiago, por ejemplo, se transforma de noche en un mosaico de lucecitas naranjas, con ríos por los que también corren lucecitas; ya no es la ciudad que aunque te gusta, te cansa por lo atestada y contaminada que está.

Pero en fin, ya estamos de vuelta. Y por cierto, planeando el regreso a Valdivia, o el viaje hacia cualquier otra parte del mundo que te permita desenchufarte un rato y alucinar con la experiencia. Como ahora.

agosto 05, 2008

Daltónica de los pies

Era un día como cualquier otro. Me levanté, apurada como siempre; me lavé todo lo que hay que lavarse, y me vestí debajo del cubrecama, con el scaldasonno prendido, para capear el frío. Bajé las piernas de la cama y a tientas busqué mis zapatillas.

Me hice café en mi jarrito térmico y partí rumbo al trabajo. Un viaje sin novedades: los típicos apretones en el metro, las viejujas reclamando porque no les dan el asiento... en fin... nada fuera de lo común.

Bajé del metro y partí al paradero del colectivo. No pasaba. Qué frío, los pies se me estaban helando, y me los miré, como para cerciorarme... Me froté los ojos, limpié los lentes, pero no, estaba viendo bien. O tal vez era un episodio momentáneo de daltonismo. El hecho es que mi zapatilla derecha era perfectamente negra... pero la izquierda era perfectamente café!!!

No me equivocaba de zapatos desde que tenía unos once años. Pero en aquella oportunidad al menos, fue el par completo: unos zapatos azules que eran mis regalones, pero que claramente se veían raros con el uniforme. Así que llamé a la casa y mi abnegada madre tuvo que correr al metro con los zapatos correctos, para que la niña no pasara vergüenza. Pero ahora no podía pedirle lo mismo, porque a diferencia de aquel entonces, habría tenido que atravesar todo Santiago, y bueno, porque ahora tengo bastantes años más.

Así que contuve el ataque de risa - para no parecer "la loquita que se anda riendo sola", además de "la loquita que anda con los zapatos cambiados" - y me subí al colectivo.

Ya en el trabajo, opté por ridiculizarme sola, como para evitar situaciones del tipo: "uuuhhh, mira, ella anda con los zapatos cambiados" o "Paula, no sé si te habías dado cuenta pero...". Incluso afirmé que estaba reviviendo una antigua moda, o que si le había pasado a una ministra, por qué no me podía pasar a mí (Clarisa Hardy, y por lo menos lo mío era una combinación negro-café; la de ella era negro-rosado). Pero por lo demás, siempre digna.

A mi favor, sólo puedo argumentar que aunque me levanto a las seis, en realidad despierto como a las once; o que me visto a media luz, o que siempre ando apurada. En fin, alego demencia su señoría, soy inimputable... y por último, en la variedad está el gusto ¿O no?