diciembre 24, 2010

Anti-balance de fin de año

Nop. Este año no pienso hacer un ególatra resumen de "mi viaje interno", o las cosas que he aprendido, lo que quiero lograr para el próximo año, blablablá. ¿Por qué? Es bien simple: Tengo la sensación de haber estado todo el año peleando contra mis circunstancias, sin conseguir mucho, y postergando varios planes. Eso cansa, y frustra.

Sin embargo, hay algo por lo que siempre hay que dar las gracias, porque por lo demás, son lo mejor que tengo: mi gente. Así que ahí va...

Familia: todos, sin excepción. Los grandes - los viejitos, los hermanos, las sobrinas mayores - por ser mi principal soporte, y los chicos - Panchi, Toñi, Josué, Martina, Elías - por inyectarme energía y regalarme toneladas de ternura.


Los de hace tanto tiempo: Ale, Bárbara y Carol, mi propio ABC amiguístico; siempre, siempre, siempre ahí. Inés, Andrea, Poly, Carmen, Denisse y sus respectivas parejas e hijos; gracias por crecer juntas. Daniel y la socia Val, tan lejos y tan cerca; Kathy, Paulita Fernández y Raúl, que son mucho más que buenos recuerdos de mi época radial.


Los de no hace tanto tiempo: el gran Alvarito, Gaby preciosa, Jorge, Consu, Cathy, Gracia, son lo más; Leti, Paty y Dorita, que se les extraña. Las de hace menos tiempo aún: Paula y Maria José. Todo siempre han tenido los brazos abiertos para mí, y eso es impagable. 

Las nenas de ballet: Loretito, Maquita y la profe Vale, que aparte de ganas, le ponen risas y mucho cariño a cada clase. Las ocasionales, pero que siempre dejan huella: Kika, Cielo, Paulita Gallardo, Marianita Hales y Loretito León.

Simplemente porque hicieron la diferencia, y lograron que este finalmente no fuera lo que muchos han calificado como "un año de mierda". Vamos por uno más, los quiero montones... 

agosto 11, 2010

Lo que usted siempre quiso saber, y nunca se atrevió a preguntar

"Pero en serio ¿Por qué los gallos terminarán tan babosos por la Kena Larraín?, preguntó mi amiga Gaby (con cuyo permiso cuento para relatar la anécdota). "Porque debe ser buena pa' la cama", respondió uno de los chicos (con cuyo permiso NO cuento, así que no lo individualizaré). "Ya, pero ¿Qué es para los hombres que una mujer sea buena en la cama?", contraatacó la Gaby. CHAN! CHAN-CHAN! Mi amiga había tenido el desplante suficiente para preguntar una de las tantas cosas que yo siempre he querido preguntarle a un hombre. O a varios, como para establecer parámetros estadísticos, así por ser.
Tengo padre y hermano; amigos, primos; he tenido pololos y eso... Pero nunca he preguntado ese tipo de cosas. Son dudas bien básicas en realidad, que nacen nada más que de las diferencias físicas, psicológicas, de costumbres o de gustos que tenemos niños y niñas, lolitos y lolitas, el varón y la dama, blablablá. Son preguntas que deben haber sido formuladas desde los-siglos-de-los-siglos-amén; pero no pretendo ser novedosa, así que he aquí algunas de ellas:

- ¿Qué tanto duele un golpe en los testículos? Porque una dice "debe ser como el dolor de ovarios", y ellos responden "nooo, es peooor", pero ¿Cómo saben?. Así que para tener una idea: ¿Es como pegarse fuerte en la rodilla, como un calambre, un esguince o una fractura?
- Si las minas que salen en "Playboy" fueran feas de cara ¿Igual calificarían como "ricas"?
- ¿Cómo ven para dónde van mientras están pateando la pelota? En serio, es una capacidad que admiro sinceramente.
- ¿Qué onda con "Star Wars"? ¿Y con "El Padrino", y con "Matrix"?
- ¿Cuál es la técnica correcta para pegar el buen "combo en l'hocico" que le llaman?
- ¿Y para una "PLR"? (¿Con el empeine, el borde interno, la planta o de taquito?)
- Cuando sacan a bailar a alguien en una fiesta o una disco, y les dicen que no ¿Les molesta o están acostumbrados? ¿O nunca terminan de acostumbrarse? Yo no podría superarlo, así que creo que finalmente desistiría...
- ¿Algunas veces se preguntan cómo se sentirá estar embarazado? (No, no es como estar hinchado después de zamparse una parrillada. Aunque yo tampoco sé cómo es, la verdad...)

Llámenme superficial, pero son dudas que vienen de lo más profundo de mi lado Hello Kitty y de la adolescencia tardía, que me resisto a superar. Así que si hay algún representante de la raza masculina que tenga a bien contestar a mis interrogantes (decentemente y con buena intención... o se van de coscacho...), lo agradeceré.

junio 23, 2010

Inovidables momentos de olvido


Martes, cerca de las tres de la tarde: me metí a la estación Plaza de Armas para volver a la casa después del trabajo. Pegada como iba, leyendo los últimos capítulos de "Alta Fidelidad", entré al metro y me senté, sin mirar a nadie o nada más que a las hojas de mi libro. Después de un rato, levanté la vista para ver en qué estación iba y me dí cuenta de que el metro no iba por el túnel, sino que en altura... "Hum...", pensé, "en dirección a Pudahuel el metro no va en altura". Brillante conclusión: lo siguiente que veo es el letrero de la estación Carlos Valdovinos... ¡CARLOS VALDOVINOS! ¡¿En qué minuto, pero en qué minuto fui a dar allí?!

Con ataque de risa, llamé a mi vieja para contarle y después del suspiro de resignación correspondiente, me dice que ella anda en el centro, que nos juntemos en estación Plaza de Armas. Perfecto. Me subo nuevamente al metro, esta vez en la dirección correcta, me pego otra vez al libro y al rato suena mi celular: "¿Dónde estás? Te estamos esperando", me dice mi vieja... Miro el letrero de la estación... "Eeehhh... creo que me pasé; estoy en Blanqueado, mamá, mejor nos vemos en la casa...". Mal, todo lo que es mal.

La verdad es que mi estado mental debería al menos preocuparme, cuando no deprimirme, si no fuera por el historial de pajaroneos y metidas de pata que acumulo en mi vida, que no es menor. De hecho, y por recomendación de mi amiga Bárbara, hice una especie de Top Five con mis inolvidables momentos de olvido (qué lindo sonó eso...):

1.- Look apache: Uno de los pocos productos de maquillaje que uso a diario es el corrector de ojeras. Pues bien, iba yo camino a la Universidad, cubriendo coquetamente mis ojeras con el mentado ungüento. Cumplida la misión, me bajo en la estación correspondiente, y a medida que caminaba hacia el campus notaba lo mucho que iba llamando la atención. "Guau, y eso que sólo me puse corrector de ojeras"... Claro, me había puesto sólo eso, pero había olvidado esparcirlo, de modo que me andaba luciendo al más puro estilo Pocahontas, versión sur del mundo. Guapa yo.

2.- Los Fantasmitas: Siendo aún una imberbe practicante en radio Chilena, a menudo me topaba con que las "cuñas" (para los no periodistas: dícese del extracto de declaración escogido para una nota) perdian claridad, y algunas veces incluso se podía escuchar lo que había sido grabado anteriormente en el mismo cassette, fenómeno conocido como "los fantasmitas". Alguien entonces me pasó el dato de que los radiocontroladores tenían una maquinita para quitarle esos ripios a las cintas, así que pedí que me arreglaran la que tenía que utilizar en ese momento, pero cuando me la devolvieron, estaba completamente en blanco. Claro, nadie me explicó (ni yo pregunté), que la maquinita en cuestión no era tan avanzada ni selectiva como para sólo sacar el ruido: era simplemente un imán que dejaba los cassettes nuevamente en blanco. Genio y figura.

3.- Disléxica de los pies: Ocurrió que mientras trabajaba en otra radio, me levanté una de aquellas mañanas y busqué a tientas mis zapatillas. Me vestí, tomé desayuno y partí al trabajo. Hasta allí todo bien, pero cuando llego al paradero del colectivo, por alguna misteriosa razón me miré los pies y ahí estaban: una zapatilla perfectamente negra, y la otra perfectamente café!!! Maravilloso!!! Y como más de alguien se podía dar cuenta y subirme al columpio, opté por contarle a todo el mundo mi pastelazo. Por suerte los modelos eran parecidos, y claramente pudo haber sido más grave: pudo haber sido una bota y una chala, o una pantufla y tacos altos...

4. - Lo que no nunca debe faltar en la playa: Hace un par de años, íbamos rumbo a La Serena con mi amiga Bárbara, a disfrutar de nuestro merecido descanso veraniego. Íbamos entretenidísimas conversando, más o menos a la altura de Pichidangui, cuando mi socia me dice algo así como: "Ay, yo lo único que quiero es ponerme el bikini y correr al agua...", y yo me puse momentáneamente pálida. "Bárbara, no me vas a creer... no eché el bikini a la maleta!!!", "¡¡¡Cómo se te olvida echar el bikini cuando vas a la playa!!!". Resultado: Tras el ataque de risa, que nos duró hasta que llegamos a La Serena, tuvimos que pegarnos un tour al mall local y por suerte (por suerte!), había liquidación de la necesaria prenda. De lo contrario, habría tenido que quedarme en la arena, más vestida que musulmana.

5.- La Titulación: OK, aquí es cuando me doy cuenta de que la Bárbara ha sido testigo de casi todos los pastelazos de la lista. Lo heavy es que se sigue sorprendiendo de mi capacidad de pasteleo. En fin, ésta es una de las peores: ella se iba a titular, y yo iba camino a la ceremonia con un ramo de flores, corriendo pa que no se me hiciera tarde. Y se me ocurre llamar a otro compañero que también iba a ir al asunto: "Oye", le digo "Tú sabes en qué salón va a ser la titulación? Me esperas afuera para que entremos juntos?". Silencio de fracción de segundos, y del otro lado me contestan: "Eeehhh... Paula, la titulación fue ayer...". Maaal!!! Sintiéndome pésimo, llamo a la Bárbara para pedirle disculpas y ella me dice que pensó que me había pasado algo, y por eso no había podido ir. Le digo que voy camino a su casa a dejarle las flores, no le escucho bien lo que me contesta, y parto. A medio camino, me llama y me pregunta por qué me he demorado tanto. "Porque hay un taco del terror en Pajaritos", le explico. "Paula, y qué haces en Pajaritos? Si te dije que no estaba en mi casa, que estaba donde mi pololo!!!". Sin comentarios...

Sé que no debería exponer de esta manera mi nivel de "fragilidad mental", a riesgo de no conseguir más amigos, o peor, de no volver a conseguir novio. Pero la verdad es que, de vez en cuando, por atarantada o por andar demasiado concentrada en otras cosas, mi conexión con la realidad se rompe abruptamente. Hasta ahora, no le he causado daño a nadie, ni tampoco a mí misma. Y a estas alturas, la verdad es que pese a mi infinita mala cabeza, igual me sigo cayendo bien, qué le voy a hacer. De todas formas, ya está todo el mundo sobre aviso, no digan que no les advertí.

abril 09, 2010

crónica de un cambio de folio

Tengo que reconocerlo: me había dado la crisis de los treinta. No quería que llegara el día porque - en resumen - cuando tenía quince, veinte o veinticinco y me imaginaba cómo sería mi vida a los treinta, me visualizaba "en la cresta de la ola" en todo sentido; emocional, familiar, laboral y románticamente hablando. Pero hoy, la realidad más bien es que sigo mojándome los pies en la orilla de la playa, si se entiende.


De todas formas, el día llegó, y comenzó más temprano que de costumbre. Mis nuevas obligaciones como "servidora de Palacio" (el de Gobierno) implican que mi horario de entrada sea a las 7:30 de la mañana. Pero los apapaches varios de papi, mami, hermana y sobrina al abrir los ojos, me dejaron en buen pie para enfrentar la jornada.


Llegué directo a producir. Un café para avivar las neuronas (dos en realidad) y a trabajar. Pero el teléfono comenzó a sonar: a la Ale, la Inés y la Bárbara les gusta saludar tempranito para los cumpleaños. Y ya cuando me llamaron mis dos sobrinas grandes y los dos sobrinos nietos, cantando a coro, empecé a quedar en evidencia. Es curioso: Desde hace tres años que mi cumpleaños me pilla casi recién llegada a un nuevo trabajo, así que es como ganar protagonismo involuntariamente y de sopetón; los colegas como que se disculpan porque no sabían, y todo el mundo se pregunta por qué anda tan contenta "la niña nueva".


El año pasado, mis entonces colegas nuevos me organizaron un pequeño festejo, el primero que se hacía en la oficina luego de mucho tiempo sin celebrar cumpleaños. Este año volví a cambiar de oficina en estas fechas, y no hubo pequeño festejo; pero parte de los colegas (ahora amigos) del año pasado siguen conmigo, y me dieron el abrazote y los buenos deseos correspondientes; y los que ya no están conmigo, me sorprendieron con una rica once en el Patio Bellavista. En el trabajo, uno espera más bien ganar respeto o reconocimiento; pero cuando además de eso te entregan cariño, la satisfacción se multiplica.


Seguí atendiendo el teléfono en medio de la pega, y mirando el Facebook de cuando en vez. Mi muro parecía la animita de Romualdito: claro que en vez de agradecimientos por favores concedidos, todo era felicitaciones, buenos deseos y abrazos virtuales. Algunos esperados, otros sorpresivos, pero todos con ese gustito cálido que deja el sentirse recordada. 


Ya en casa, me esperaban mis padres, mis padrinos, mi hermana y los sobrinos cantores; además de muchos besitos y tiernos cariños con bracitos pequeños; de esos que cubren poco, pero llenan mucho.


Así que el balance no puede sino ser bueno: aunque no haya llegado a los treinta con los sueños de antaño cumplidos, sí llego con sueños nuevos por cumplir; con más cosas claras, heridas cicatrizadas y convicciones más firmes. Tengo la impresión de que a eso es a lo que llaman crecer.


Pero bueno, aún queda celebración. Lo bueno de estar de cumpleaños en día jueves, es que puedes estirarlo hasta el viernes, el sábado y el domingo. Así da gusto cumplir treinta.

enero 18, 2010

la píldora del día después (de las elecciones)


Una de las primeras cosas que hizo Michelle Bachelet al día siguiente de la derrota de Frei (y de la Concertación, y del inicio del fin de su gobierno, etc.) fue promulgar la ley que garantizará la entrega de la píldora del día después en los consultorios de todo el país, en una ceremonia en la que participaron sus ministros, parlamentarios, distintas autoridades y por supuesto, muchos funcionarios de distintas reparticiones del Gobierno. Y yo estaba ahí.

Claro, hace nueve meses atrás, el acto me habría interesado lo mismo que a cualquier ciudadana que quiere tener plena libertad para decidir qué hacer con sus capacidades reproductivas, y punto. Pero el hecho es que desde hace nueve meses soy funcionaria pública, así que de alguna manera sentía que tenía que estar ahí. No porque tenga alguna filiación política con alguno de los partidos de la Concertación: de hecho, durante toda la campaña, me negué a participar en los puerta a puerta y los banderazos, defendiendo a mango mi independencia política. Pero tampoco tengo cercanía con la Alianza: cómo podría, por algo estoy donde estoy. Me ha gustado la gestión de la Bachelet, ella me cae profundamente bien; y por oposición, Piñera me produce una enorme desconfianza, y me da mucha pena (e incluso un poco de vergüenza) que él vaya a ser la cara más visible del país por los próximos cuatro años.

En fin, retomando: Ahí figuraba yo, en el Patio de Los Cañones, viendo un desfile impresionante de caras de congoja. Sobre el estrado, Viera Gallo, la Mónica Jiménez y el ministro de Salud; en primera fila el resto del gabinete y algunos parlamentarios de la Concerta. Por ahí apareció Carolina Tohá, "mi jefa" hasta hace algunos meses atrás, y fue recibida con aplausos. Pero a la que todos esperábamos era a la Presi: porque de alguna manera, el acto se transformó, desde mi punto de vista, en una manera de consolarse por la derrota, y de comenzar a despedir en grande a la Bachelet.

Algunos echaban la talla y decían que aquello se había transformado en un verdadero funeral. Y de alguna manera así era: no tanto porque se hubiese muerto algo o alguien importante o muy querido (al menos no para mí), sino que porque por todas partes veía abrazos de contención, de compañerismo, de lamentar la pena o la rabia colectiva. Por cierto que también había perfiles orgullosos pavoneándose, y gente que mordía el polvo de mala gana; pero lo que más me llegó fue esa sensación de gente que ha construído algo en conjunto, y que ahora se lamenta de tener que pasarle ese logro, ese proyecto o ese trabajo, a alguien más (Estoy pensando en la gente que luchó por el regreso de la democracia, en los que de verdad defendían el proyecto de la Concertación, no en los que sólo se dedicaron a prosperar).

La Presi - de azul eléctrico y perfectamente peinada - fue aplaudida con ganas, pero no desaforadamente (así de notorio era el desánimo). Pensé entonces en la tremenda carga simbólica del acto: qué podría ser más femenino en el primer gobierno femenino de Chile, que promulgar una ley sobre derechos reproductivos; y al día siguiente de una derrota electoral. Se logró, finalmente, aunque la píldora para éste día después resultara muy, muy amarga para muchos.

No podía ser más preciso para pasar de una etapa a otra, de un período en el que, como la misma Bachelet dijo, se había luchado principalmente por la libertad y la igualdad; a otro en el que... bueno, quién sabe qué va a pasar.

No soy pesimista respecto al nuevo gobierno: no confío en ellos, pero no creo que lo vayan a hacer tan mal como para demonizarlos de antemano. Pero sobre todo, no soy pesimista porque al final del día, uno siempre termina rascándose con sus propias uñas. Lo importante ahora, entonces, es que no venga alguien y te las corte.