enero 18, 2010

la píldora del día después (de las elecciones)


Una de las primeras cosas que hizo Michelle Bachelet al día siguiente de la derrota de Frei (y de la Concertación, y del inicio del fin de su gobierno, etc.) fue promulgar la ley que garantizará la entrega de la píldora del día después en los consultorios de todo el país, en una ceremonia en la que participaron sus ministros, parlamentarios, distintas autoridades y por supuesto, muchos funcionarios de distintas reparticiones del Gobierno. Y yo estaba ahí.

Claro, hace nueve meses atrás, el acto me habría interesado lo mismo que a cualquier ciudadana que quiere tener plena libertad para decidir qué hacer con sus capacidades reproductivas, y punto. Pero el hecho es que desde hace nueve meses soy funcionaria pública, así que de alguna manera sentía que tenía que estar ahí. No porque tenga alguna filiación política con alguno de los partidos de la Concertación: de hecho, durante toda la campaña, me negué a participar en los puerta a puerta y los banderazos, defendiendo a mango mi independencia política. Pero tampoco tengo cercanía con la Alianza: cómo podría, por algo estoy donde estoy. Me ha gustado la gestión de la Bachelet, ella me cae profundamente bien; y por oposición, Piñera me produce una enorme desconfianza, y me da mucha pena (e incluso un poco de vergüenza) que él vaya a ser la cara más visible del país por los próximos cuatro años.

En fin, retomando: Ahí figuraba yo, en el Patio de Los Cañones, viendo un desfile impresionante de caras de congoja. Sobre el estrado, Viera Gallo, la Mónica Jiménez y el ministro de Salud; en primera fila el resto del gabinete y algunos parlamentarios de la Concerta. Por ahí apareció Carolina Tohá, "mi jefa" hasta hace algunos meses atrás, y fue recibida con aplausos. Pero a la que todos esperábamos era a la Presi: porque de alguna manera, el acto se transformó, desde mi punto de vista, en una manera de consolarse por la derrota, y de comenzar a despedir en grande a la Bachelet.

Algunos echaban la talla y decían que aquello se había transformado en un verdadero funeral. Y de alguna manera así era: no tanto porque se hubiese muerto algo o alguien importante o muy querido (al menos no para mí), sino que porque por todas partes veía abrazos de contención, de compañerismo, de lamentar la pena o la rabia colectiva. Por cierto que también había perfiles orgullosos pavoneándose, y gente que mordía el polvo de mala gana; pero lo que más me llegó fue esa sensación de gente que ha construído algo en conjunto, y que ahora se lamenta de tener que pasarle ese logro, ese proyecto o ese trabajo, a alguien más (Estoy pensando en la gente que luchó por el regreso de la democracia, en los que de verdad defendían el proyecto de la Concertación, no en los que sólo se dedicaron a prosperar).

La Presi - de azul eléctrico y perfectamente peinada - fue aplaudida con ganas, pero no desaforadamente (así de notorio era el desánimo). Pensé entonces en la tremenda carga simbólica del acto: qué podría ser más femenino en el primer gobierno femenino de Chile, que promulgar una ley sobre derechos reproductivos; y al día siguiente de una derrota electoral. Se logró, finalmente, aunque la píldora para éste día después resultara muy, muy amarga para muchos.

No podía ser más preciso para pasar de una etapa a otra, de un período en el que, como la misma Bachelet dijo, se había luchado principalmente por la libertad y la igualdad; a otro en el que... bueno, quién sabe qué va a pasar.

No soy pesimista respecto al nuevo gobierno: no confío en ellos, pero no creo que lo vayan a hacer tan mal como para demonizarlos de antemano. Pero sobre todo, no soy pesimista porque al final del día, uno siempre termina rascándose con sus propias uñas. Lo importante ahora, entonces, es que no venga alguien y te las corte.