abril 09, 2010

crónica de un cambio de folio

Tengo que reconocerlo: me había dado la crisis de los treinta. No quería que llegara el día porque - en resumen - cuando tenía quince, veinte o veinticinco y me imaginaba cómo sería mi vida a los treinta, me visualizaba "en la cresta de la ola" en todo sentido; emocional, familiar, laboral y románticamente hablando. Pero hoy, la realidad más bien es que sigo mojándome los pies en la orilla de la playa, si se entiende.


De todas formas, el día llegó, y comenzó más temprano que de costumbre. Mis nuevas obligaciones como "servidora de Palacio" (el de Gobierno) implican que mi horario de entrada sea a las 7:30 de la mañana. Pero los apapaches varios de papi, mami, hermana y sobrina al abrir los ojos, me dejaron en buen pie para enfrentar la jornada.


Llegué directo a producir. Un café para avivar las neuronas (dos en realidad) y a trabajar. Pero el teléfono comenzó a sonar: a la Ale, la Inés y la Bárbara les gusta saludar tempranito para los cumpleaños. Y ya cuando me llamaron mis dos sobrinas grandes y los dos sobrinos nietos, cantando a coro, empecé a quedar en evidencia. Es curioso: Desde hace tres años que mi cumpleaños me pilla casi recién llegada a un nuevo trabajo, así que es como ganar protagonismo involuntariamente y de sopetón; los colegas como que se disculpan porque no sabían, y todo el mundo se pregunta por qué anda tan contenta "la niña nueva".


El año pasado, mis entonces colegas nuevos me organizaron un pequeño festejo, el primero que se hacía en la oficina luego de mucho tiempo sin celebrar cumpleaños. Este año volví a cambiar de oficina en estas fechas, y no hubo pequeño festejo; pero parte de los colegas (ahora amigos) del año pasado siguen conmigo, y me dieron el abrazote y los buenos deseos correspondientes; y los que ya no están conmigo, me sorprendieron con una rica once en el Patio Bellavista. En el trabajo, uno espera más bien ganar respeto o reconocimiento; pero cuando además de eso te entregan cariño, la satisfacción se multiplica.


Seguí atendiendo el teléfono en medio de la pega, y mirando el Facebook de cuando en vez. Mi muro parecía la animita de Romualdito: claro que en vez de agradecimientos por favores concedidos, todo era felicitaciones, buenos deseos y abrazos virtuales. Algunos esperados, otros sorpresivos, pero todos con ese gustito cálido que deja el sentirse recordada. 


Ya en casa, me esperaban mis padres, mis padrinos, mi hermana y los sobrinos cantores; además de muchos besitos y tiernos cariños con bracitos pequeños; de esos que cubren poco, pero llenan mucho.


Así que el balance no puede sino ser bueno: aunque no haya llegado a los treinta con los sueños de antaño cumplidos, sí llego con sueños nuevos por cumplir; con más cosas claras, heridas cicatrizadas y convicciones más firmes. Tengo la impresión de que a eso es a lo que llaman crecer.


Pero bueno, aún queda celebración. Lo bueno de estar de cumpleaños en día jueves, es que puedes estirarlo hasta el viernes, el sábado y el domingo. Así da gusto cumplir treinta.