junio 19, 2008

El enfermo enfermero

(Flashback a propósito de un examen médico)

Tenía el brazo descubierto sobre la mesa, con la vena lista para recibir el pinchazo. Y aunque la enfermera trataba de distraerme y tranquilizarme preguntándome si mi sombrero era calentito, yo miré para otro lado para no tener que ver la aguja entrando en mi piel. Y entonces recordé...

... Estábamos como en tercer o cuarto año de la Universidad, cuando una de las Chicas Superpoderosas llega contando que Felipe estaba hospitalizado. Felipe era (es) nuestro compañero regalón, un flaco hiperkinético, demasiado divertido y scout hasta la médula.

"¿Qué le pasó", "Le vino un neumotórax"; "¿Y qué ... es eso?", "Se le 'pinchó' un pulmón y le entró líquido". ¡Diablos! Jamás había escuchado hablar de algo parecido. Por suerte, Felipe estaba bien, lo tenían que operar, pero se iba a recuperar.

Así que como buenas compañeras que éramos (y que seguimos siendo), lo fuimos a ver al hospital, que estaba al lado del campus.

A mí siempre me han dado cosita las postas y hospitales, por aquello de las agujas, heridas, mangueras, tubos, olor a desinfectante y antibiótico, y ambiente de sufrimiento en general. Pero bueno,estaba camino a convertirme en una mujer grande, así que había que aperrar no más.

Llegamos, entramos a la habitación de nuestro compañero y la sensación inmediata fue de alivio, porque tenía la misma cara de risa de siempre. Lo que no era lo de siempre era la manguera que tenía enchufada a una costilla, y estaba conectada a un cestito metálico que contenía una botella, donde caía un líquido de no muy bonito aspecto y que procedía, obviamente, de los pulmones de Felipe.

Ya con eso me puse nerviosa, pero la peor parte aún estaba por venir. Porque mi amiga Bárbara tiene muy desarrollada su curiosidad científica, y sobre todo en lo que concierne al cuerpo humano, así que no encontró nada mejor que pedirle a Felipe que le mostrara la manguera, con todos los chistes de doble sentido que aquello supuso.

Nuestro querido amigo procedió entonces a descorrer su sensual bata de hospital para exhibir su herida de guerra. Y mientras Bárbara House lo miraba fascinada, a mi me comenzó a zumbar la cabeza, veía todo como foto sobreexpuesta, sudaba helado y el corazón me latía como si hubiese visto al cuco.

"Bárbara, me siento mal...", dije apenas. En la siguiente escena, figuraba yo caminando rapidito con mi amiga sosteniéndome por un lado... y con Felipe por el otro, en bata, agarrándose la manguera para arrastrar su botellita portátil, pero aún así, luciendo mucho más saludable que yo.

Nos sentamos en la sala de espera. Los chicos me abanicaban y me decían que respirara profundo. Y ahí figuraba mi buen amigo, con la cara de preocupación y la actitud protectora que yo debería estar teniendo hacia él. De a poco se me empezó a despejar la vista, comencé a entrar en calor y a sentir la cabeza y el corazón más livianos. Regresamos a la pieza de Felipe y lo dejamos que se descansara. Y yo... yo me tomé un chocolate caliente y aunque pasé susto, eso fue todo.

... "Listo", me dijo la enfermera, mientras me presionaba el brazo con un algodón. Me atreví a mirar la jeringa llena de sangre, pero esta vez no estaba Felipe ni había mangueras conectadas a botellitas, así que por suerte tampoco hubo soponcio.

junio 10, 2008

La Cama Espacial

"Mamá ¿Qué tal son los masajes en camas chinas?" - pregunté. Andaba un poco "tomaíta" que le llaman, y quería probar una alternativa distinta a mis habituales masajes en silla. "Ay hija, son buenísimos. Tu hermana también se ha hecho. Al principio duele un poco, porque son unos rodillos que te pasan por la espalda, pero te aplican calorcito... hace súper bien" - me contestó.

Así que considerando la confiable recomendación, y dado que por la radio tenía un dato de un lugar muy bueno, pedí una hora para el viernes en la tarde, como para sacarme la tensión de la semana y empezar bien el fin de semana.

El lugar era de lo más decente: con cubículos privados, todo limpiecito y perfumadito. La chica que atendía me hizo pasar, me acosté de espaldas en el armatoste aquél - que era como una camilla de hospital, pero con rieles en medio, más los famosos rodillos - me cubrió una frazadita de polar, me puso una toallita sobre los ojos (para qué... no tengo idea), programó la cama y me enchufó audífonos, porque obvio, le llevaba música de relajación. Sólo le faltó decirme "bendiciones hija, que sueñe con los angelitos".

Hasta ahí todo bien, salvo que lo que se suponía que tenía que moverse y aplicar calor no hizo ni lo uno ni lo otro. "Bah" - pensé yo, tan incauta - "A lo mejor esto funciona de otra manera"... Pero si en eso consistía el masaje, entonces mejor me iba a dormir a mi propia cama y quedaba mejor, así que me paré y diplomática como trato de ser siempre, le dije a la chica: "Oye, yo tenía entendido que esto se movía...". "¿No sientes cómo se mueve?", me respondió medio sorprendida. Yo traté de reprimir mi doble sentido y le contesté "Te juro que no se mueve nada de nada".

Partió al cubículo, volvió a programar la camilla y a hacerla andar, y entonces vi cómo los rodillos - tres, uno en cada extremo y otro al medio - se iluminaban y se empezaban a mover. "Créeme que eso lo habría sentido", le dije... Ahora sí que iba a empezar la diversión.

El masaje resultó ser una especie de siesta en un juego de Fantasilandia, pero de esos infantiles, como los patitos o el carrusel... "La Cama Espacial" podría ser. Yo no sabía si reírme, o cerrar los ojos y tratar de relajarme. Porque los rodillos efectivamente te pasan por la espalda y como que te levantan el cuerpo - las piernas, las caderas, el pecho, el cuello y la cabeza, en secuencia - así que en un minuto no aguanté, me saqué la toallita de los ojos y me miré... Juro que estaba bailando breakdance en cámara lenta. Las culebras, los gusanos, los pececitos de colores y hasta la mismísima Cuncuna Amarilla habrían envidiado mis ondulaciones corporales.

Estuve así por unos cuarenta minutos. Cuando terminé, tenía los hombros bastante machucados, pero ya no estaban rígidos, sentía las piernas tembleques y me dolía la cola (la base de la columna, no lo otro). Pero sonreía, y tenía en mi mano el comprobante de pago para cinco sesiones más.

Y la verdad, creo que no es tanto por el descanso que requiere mi cuerpo de adulta, sino que por la novedad que siempre llama la atención de mi espíritu de pendeja. ¿Nunca jugaron en las escaleras mecánicas, o en los ascensores, o en las sillas giratorias? Bueno, esto es algo como aquello, pero pagado con Redcompra y sin que tu mamá te diga, "ya hija, déjese de lesear y vámonos para la casa". Qué le voy a hacer, algunos se compran una Wii, otros rolean, otros van a tarreos... yo juego en La Cama Espacial.