
Él estuvo de acuerdo. Pero aún venía la segunda parte, la parte entretenida: "Así que la idea que tenemos nosotras es que cuando vayan al concierto al que los invitamos, vayan como la pareja que nosotras hemos conocido desde siempre, con todas las de la ley. Nosotras les regalamos los anillos".
Se sorprendió nuevamente, y se emocionó. Claro, probablemente él nunca habría podido planear una sorpresa así - concierto romántico y regalo, dos por uno - pero para eso estábamos nosotras. Así que aceptó ser nuestro cómplice, guardó el secreto, fue al joyero, se tomó la medida, consiguió la de ella, y durante un par de semanas hizo como si nada pasara.
Finalmente llegó el día, y yo me moría por ver la escena. Pero él prefirió que fuera un momento sólo para dos, así que esperó hasta estar en pleno concierto. Y en medio de una canción, le mostró la cajita con las argollas. Ella lloró - nos contó después - no sabía muy bien qué estaba pasando; y él compartió su alegría con una señora anónima que estaba sentada cerca de ellos, que los abrazó y los felicitó.
Llegaron a la casa felices, mostrando las nuevas adquisiciones. Y nosotras fuimos profundamente felices de verlos felices. Y porque nos sentimos como con el deber cumplido: obvio, son nuestro padres y están casados hace más de 40 años ¡¡¡Cómo iban a andar sin sus argollas de matrimonio!!!
Se sorprendió nuevamente, y se emocionó. Claro, probablemente él nunca habría podido planear una sorpresa así - concierto romántico y regalo, dos por uno - pero para eso estábamos nosotras. Así que aceptó ser nuestro cómplice, guardó el secreto, fue al joyero, se tomó la medida, consiguió la de ella, y durante un par de semanas hizo como si nada pasara.
Finalmente llegó el día, y yo me moría por ver la escena. Pero él prefirió que fuera un momento sólo para dos, así que esperó hasta estar en pleno concierto. Y en medio de una canción, le mostró la cajita con las argollas. Ella lloró - nos contó después - no sabía muy bien qué estaba pasando; y él compartió su alegría con una señora anónima que estaba sentada cerca de ellos, que los abrazó y los felicitó.
Llegaron a la casa felices, mostrando las nuevas adquisiciones. Y nosotras fuimos profundamente felices de verlos felices. Y porque nos sentimos como con el deber cumplido: obvio, son nuestro padres y están casados hace más de 40 años ¡¡¡Cómo iban a andar sin sus argollas de matrimonio!!!