agosto 18, 2008

La Ciudad de la Lluvia

Quería conocer Valdivia desde hace un buen par de años; desde que vi la clásica postal desde el puente sobre el Calle Calle, fotos de los fuertes, de Mancera y de Corral, etc.; y escuché más de algún comentario sobre lo lindo que era.

Y por suerte, hace algún tiempo retomé el contacto con una compañera de colegio que, patiperra ella, se fue a vivir allá. En marzo vino a Santiago, nos juntamos y nos invitó a su casa - a mí y a otras compañeras - aunque yo creo que no pensó que nosotras prenderíamos tan rápido.

El asunto es que el viernes a las ocho de la mañana, luego de viajar toda la noche, estábamos contemplando nuestras primeras panorámicas de Valdivia desde la ventana del bus. Tomamos desayuno con nuestra amiga, copuchamos un buen rato, y nos alistamos para salir a conocer la ciudad. Sabíamos que nos iba a llover: un día, en el mejor de los casos; o todo el fin de semana en el peor de los pronósticos. Pero cuando salimos, no caía ni una gota... No habíamos caminado ni media cuadra, cuando empezó a llover: fueron unos cinco minutos de agua, aunque lo suficientemente intensos como para dejarnos más que salpicadas... Chicas, bienvenidas a Valdivia.

Yo no sé a ustedes, pero a mí viajar me sumerge en un estado mental bien particular y en una dimensión paralela: vives a un ritmo distinto, el paisaje es distinto, haces cosas que habitualmente no haces... Sí, sobre todo haces cosas que habitualmente no haces, como sucumbir a una degustación con las siete variedades de cerveza que ofrecen en la Kunstmann; comerte la mitad de un sándwich del porte de un plato bajo, en la noche tomarte media piña colada (siendo una persona prácticamente abstemia) y terminar cantando en karaoke "A rodar la vida" de Fito Páez. O a la noche siguiente, volver a bailar el "Ilarié" (oh-oh-oh) después de siglos, luego de haberme tomado una vaina bastante fuertona para mis parámetros.

El sábado, "desayunamos" a las dos de la tarde, y partimos al fuerte Niebla. Ya el camino hacia el lugar compensa las lucas del pasaje y la noche entera arriba del bus. Montes llenos, LLENOS de árboles, el camino lleno de árboles, TODO lleno de árboles. Verde por donde miraras, con un frío de la p*ta madre y lluvioso... Extrañamente - digo, para alguien friolenta y que solía odiar la lluvia - me sentía cien por ciento a gusto. Relajada, inspirada, casi en las nubes.

Sobre el fuerte Niebla... primero los descargos: Cómo pueden los visitantes grabar sus nombres en piedras que existían antes de que ellos, sus padres, o sus abuelos, tuvieran siquiera colita? En fin... Niebla también es completamente verde: pasto, árboles, lomas, kilos de florcitas amarillas, una vista despampanante... y un arcoiris maravilloso. Hace mucho tiempo que no veía un arcoiris, así que aproveché de admirarlo desde todos los ángulos posibles.

Y yo que alucino con la antigüedad, la Edad Media y siglos posteriores, me sentía a mis anchas caminando entre los restos de un fuerte español, con sus piedras todas mohosas y los cañones todavía apuntando a invasores inexistentes (aunque con esto de los turistas destrozones, tal vez los cañones deberían hacia adentro del fuerte, ya no hacia el mar).

Después, como a eso de las seis de la tarde, vino el "almuerzo" en la picada de Don Carlitos, atendida por su propio dueño, vestido con una chaqueta amarilla de garzón, y con humita. Ahí logré la odisea de comerme una paila marina de esas que te mandan a dormir siesta.

Ya al día siguiente tocaba despedirse… obviamente con ganas de quedarse por más tiempo (si la dueña de casa nos aguantaba otro poco, eso sí), porque quedó tanto por conocer. Pero bueno, una visita a la Feria Fluvial y al mercado, para comprar los correspondientes regalitos; más la infaltable foto sobre el puente del Calle Calle cerraron mi paso por Valdivia.

Luego, el aeropuerto. Sola, porque mis amigas optaron nuevamente por un viaje en la noche - y sin escalas - a Santiago y sus respectivos trabajos. Yo en realidad prefería llegar a mi casa, volver a la realidad de a poquito y hacer el cambio de switch lentamente. Así que ahí figuraba yo, por primera vez viajando completamente sola en avión, cosa que me encanta, porque desde el aire las cosas son tan distintas… Santiago, por ejemplo, se transforma de noche en un mosaico de lucecitas naranjas, con ríos por los que también corren lucecitas; ya no es la ciudad que aunque te gusta, te cansa por lo atestada y contaminada que está.

Pero en fin, ya estamos de vuelta. Y por cierto, planeando el regreso a Valdivia, o el viaje hacia cualquier otra parte del mundo que te permita desenchufarte un rato y alucinar con la experiencia. Como ahora.

2 comentarios:

Alejandra dijo...

Para mí Valdivia es cualquier cosa, menos la ciudad de la lluvia porque fui en noviembre y claro, hacía frío en las horas extremas, pero siempre salió el sol. Lindos los fuertes ah? Lo que sorprende es que haya pocos chilenos y más que nada turistas, pareciera que ellos conocen más que uno del sur.
Sobre Ilarié.... jajajaja, por interno mejor.
Saludos

Paulaner dijo...

Pauli!!
fuiste a la picada de Don Carlitos??
es lo maximo
yo fui dos veces a almoar ahi
cuando fuimos con Chris al fuerte niebla y el penultimo dia que ibamos a la kunstmann
El caballero, el dueño, de esos viejitos de campo medios kitch con su chaqueta

que buena que fuiste para alla!!

saludos mi niña